A la luz de la luna, grandes hogueras
iluminan los montes extremeños en noches de plenilunio. Alrededor del fuego
danzan los celtas y entonan canciones. El fuego purifica el alma mediante la incineración
del cuerpo.
Alrededor de los castros como Villaviejas del Tamuja, en Botija, o de Capote, en Higuera la Real, los enfermos se
exponen en los caminos para ser curados por los que han sufrido la misma
enfermedad.
A la Luna se la adora en Ibahernando, Santa Cruz de la Sierra, Abertura y Arroyo de la Luz. Se han encontrado en Extremadura miniaturas, en metal, de medias lunas grabadas para
colgar a niños pequeños con el fin de librarles de maleficios e impedir que se
alune.
Según Barrientos, Cerrillos
y Álvarez, el culto a la Luna con connotaciones funerarias pervive en Extremadura hasta bien entrado el siglo IV a. C., lo que
constituye una muestra de su enorme importancia en la mentalidad popular. Estos
amuletos lunares continúan pasándose de abuelas a nietas, miles de años
después.
Respiran y adoran al viento Céfiro, que fecunda a sus yeguas y ayuda a la creación del
famoso veneno llamado “hipomanes”.Plinio el Viejo escribe que
“es verdad que en
Lusitania las yeguas vueltas hacia el viento favonio (el céfiro del oeste)
respiran sus fecundantes auras, preñándose de este modo, los potros que paren
salen rapidísimos en la carrera, pero su vida no pasa de tres años”.
“sin otro ayuntamiento, las fecunda el
viento solo. Entonces se dispersan desatentadas por los peñascales y las
profundas cañadas… Entonces es cuando destilan del útero el espeso veneno a que
los pastores dan el nombre de hipomanes, el cual suelen recoger las malditas
madrastras para mezclarlo con hierbas y conjuros”.
Tienen un temeroso respeto al rayo, y para
librarse de sus devastadores efectos procuran tener cerca la llamada “piedra del rayo”, que no es otra cosa que las conocidas
hachas de diorita negra que los hombres del neolítico han dejado esparcidas por
toda la región. Creían (y aún se cree en muchos pueblos) que esta piedra cae
del cielo junto a los árboles, y que al cabo de unos años vuelve a salir a la
superficie.
Nuestros antepasados creen también en las divinidades de las aguas, de las
fuentes y de los árboles. Veneran a la encina. Los bosques y los montes son
también adorados, y convierten sus fondas y cuevas en santuarios, como el
descubierto en la Cueva del
Valle de Zalamea de la Serena, en la que se han encontrado toscas
terracotas representando figuras humanas, ofrendas de los indígenas a una
deidad desconocida, que ofrecen a sus dioses sacrificios en progresión que,
desde los frutos, alcanzaban al hombre. Estrabón nos cuenta que
“Los lusitanos hacen
sacrificios; observan las entrañas, pero sin extirparlas. También observan las
venas del pecho y conjeturan palpándolas. Predicen mediante las entrañas de los
prisioneros de guerra, cubriéndolos con sagos. Luego, cuando el hieroskópou lo
golpea por encima de las entrañas predicen primero según la forma en la que cae
el cuerpo. Cortan a los prisioneros la mano derecha para consagrarla como
ofrenda… Sacrifican a Ares un chivo, prisioneros de guerra y caballos.”
Los celtas que pueblan nuestras tierras son zoolatras. Creen que la divinidad
se manifiesta por medio de los animales, por ello algunos, como el toro, la
cabra, el caballo, el cerdo y sobre todo la cierva son tenidos como animales
sagrados. El jabalí, la serpiente y el lobo están muy vinculados a las
creencias funerarias, en calidad de fieras infernales. De hecho, en Puebla de Alcocer aparece una figura escultórica del dios
celta Sucellus, que lleva sobre la cabeza una piel de
lobo.
La ofiolatría, o
culto a la serpiente, tiene también vigencia en nuestras tierras. El motivo de la serpiente
viene ya desde antiguo asociado al nombre de sabios y sacerdotes que transmiten
las verdades ocultas.
Celebran (celebramos) una fiesta que dura
desde el 31 de Octubre hasta el 1 e incluso el 2 de Noviembre. Se encienden
miles de velas y los celtas conmemoran la muerte del “dios cornudo”, que
volverá a renacer más tarde, en Imbolc.
Nuestros antepasados lo llamaban “Samhain“. Nosotros, Día de los
Difuntos. Hay grandes semejanzas entre el símbolo de Halloween(la calabaza), que coincide con Samhain, y la tradición extremeña de las calaveras. En muchos pueblos extremeños,
niñas y niños, al caer la noche entre octubre y noviembre vacían una sandía y
le abren tenebrosos ojos y boca, le atan una cuerda y meten dentro una vela
encendida. En algunos pueblos de Cáceres cantan:
“La calavera, zapatos
verdes, vestido de seda…
Y en Quintana de la
Serena :
“La calavera el
Konqui, ya se murió…”, y
“La Calavera el
Konqui, no tiene pelo ni cola…”
En todos los casos los niños van en fila y
balancean las calaveras mientras cantan, el Día de Todos
Los Santos por la noche, justo a la entrada del Día de los
Difuntos.
Y es que mucho de celtas nos queda aún por
las venas y por los pueblos.
Será cuestión de no perderlo.
Blog: Extremadura secreta. Israel J.Espino.